Preguntas y respuestas 

Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services

Anno 2013

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Esta pregunta ha surgido en muchos países en los que el seminario de vida en el Espíritu no es solo un medio de despertar espiritual para católicos bautizados sino también un medio de evangelización para personas que nunca han sido bautizadas. Para responder a esta pregunta, deberíamos mirar lo que nos dicen las Escrituras y la Tradición sobre el Espíritu Santo en relación con los sacramentos de iniciación.

Hechos 2 nos cuenta cómo la promesa de Jesús a sus discípulos ―«serán bautizados con Espíritu Santo» (Hch 1,5)― se cumplió en Pentecostés. Cuando se reunió una multitud, Pedro proclamó la Buena Nueva de Jesús, luego explicó cómo ellos también podían recibir el mismo don: «Conviértase y sea bautizado cada uno de ustedes en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38). Esta importante declaración establece un vínculo entre el bautismo sacramental y el bautismo en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, el don supremo de Dios, se recibe no simplemente a través de la oración individual sino al ser incorporado a la Iglesia mediante el bautismo.

El mismo vínculo reaparece en la historia de los neófitos en Samaría. Aquí se encuentra el elemento adicional de la imposición de manos de los apóstoles (Hch 8,12-17), que la Iglesia reconoce como el origen del sacramento de la confirmación (CIC 1288). En Éfeso también, el Espíritu Santo, con sus manifestaciones carismáticas, fue dado a través del bautismo y la imposición de manos (Hch 19, 5-6). Otros pasajes del Nuevo Testamento, asimismo, confirman que el bautismo es el medio por el cual se imparte el don del Espíritu Santo (ver Jn 3,5; 1 Co 6,11; 12,13; Tit 3,5).

Hay un caso, la conversión de Cornelio y su familia, cuando el Espíritu Santo se derramó antes del bautismo (Hch 10,44-48). Sin embargo, Lucas deja claro que esto fue un acontecimiento singular, un momento crucial en la historia de la salvación. En este caso, Dios actuó soberanamente para demostrar sin duda alguna que ofrecía la salvación en Cristo a los gentiles así como a los judíos. Pedro no oró para que los nuevos creyentes fueran llenos del Espíritu Santo, Dios simplemente lo hizo, incluso antes de que Pedro terminara de hablar. Es significativo que aunque Cornelio y sus amigos obviamente habían sido bautizados en el Espíritu, Pedro consideró que era esencial que también fueran bautizados sacramentalmente (Hch 10,48).

El caso de Cornelio nos recuerda que Dios es libre para derramar su Espíritu Santo cómo y cuando quiera. Esto no significa que el pueblo de Dios sea libre de actuar fuera de los canales de gracia ordinarios que él ha establecido: los sacramentos. En el bautismo somos liberados completamente del pecado, reconciliados con Dios, y renacemos como hijos de Dios (CIC 1262–70), y solo de esta manera el propio Espíritu de Dios puede venir a morar en nosotros.

La Iglesia primitiva daba por hecho el vínculo entre los sacramentos de iniciación y la efusión del Espíritu Santo. Cuando los nuevos creyentes eran bautizados y ungidos, experimentaban quedar llenos del Espíritu Santo, recibir el poder que transforma la vida, una alegría desbordante y la manifestación de los carismas. El don del Espíritu Santo no era simplemente una doctrina en la que creer sino un hecho vivencial.

En siglos posteriores, se hizo cada vez más común para las personas recibir los sacramentos de iniciación sin una experiencia subjetiva de ser bautizados en el Espíritu. Hoy en día, cuando las personas reciben el bautismo en el Espíritu más tarde en sus vidas, el don de Dios que habían recibido en el bautismo y la confirmación se despierta y se reaviva en ellos.

Así, es esencial para la Renovación Carismática mantener la conexión entre el bautismo en el Espíritu y los sacramentos de iniciación. Jesús estableció su Iglesia como el medio ordinario por el que él nos da su propia vida divina. La vida en el Espíritu es imposible separada de la vida en el cuerpo de Cristo, en la que entramos por medio de los sacramentos.

¿Qué deberíamos hacer entonces con las personas no bautizadas que vienen a un seminario de vida en el Espíritu? Deberíamos recibirlas y acogerlas, y desde el principio deberíamos explicarles que la esperanza es que nazcan a una nueva vida a través del bautismo sacramental y se hagan discípulos de Aquel que bautiza en el Espíritu Santo, Jesucristo. No deberíamos orar para que reciban el bautismo en el Espíritu, pues les daría la impresión errónea de que el Espíritu Santo es dado independientemente de la incorporación a Cristo y a su Iglesia.

Esto no significa que no se pueda orar por ellos en lo absoluto. Se puede pedir para que el Espíritu Santo los ilumine, bendiga, guíe, sane y los conduzca más rápidamente al camino de la plenitud de la vida en Cristo. El equipo del seminario debería tener también un plan para llevar a esas personas a un buen programa de iniciación cristiana para adultos lo antes posible, después de que termine el seminario.

He aquí un ejemplo de una oración preciosa que el ministerio de oración puede rezar para las personas no bautizadas (basada en Ef 1,18–19; 3,19–21):

Padre, te pedimos por [nombre]. Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, te rogamos que le concedas a [nombre] un espíritu de sabiduría y revelación para que llegue verdaderamente a conocer a JESÚS. Abre su corazón para que comprenda la esperanza a la que hemos sido llamados, las riquezas de tu gloriosa herencia en los santos, y la inconmensurable grandeza de tu poder en nosotros los que creemos. Que [nombre] experimente el amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento y se sumerja plenitud del Señor. Padre, cuyo poder operante en [nombre] puede hacer mucho más que todo lo que [nombre] pueda pedir o pensar, a ti sea la gloria, en la Iglesia y en Jesucristo, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

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