Preguntas y respuestas 

Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services

Anno 2016

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Cuando el credo de los apóstoles afirma que Cristo «descendió a los infiernos» no explica por qué ni de qué manera. Sin embargo, como parte del misterio pascual, establecido entre la cruz y la resurrección, el descenso a los infiernos debe tener un significado para nuestra salvación. Explicaremos las tres maneras principales en que esto forma una parte central en la acción salvadora de Cristo y luego añadiremos un comentario final.

No obstante, antes de eso, debemos comprender que aunque en español solo tenemos una palabra para infierno, la Biblia tiene al menos dos: hades (seol en hebreo) y gehenna.

Seol es el «lugar» de los muertos, que son como sombras separadas de los vivos y de Dios (Sal 6, 6; 88, 11-13), pero que pueden en algunos casos esperar la llegada del Salvador. Se pensaba que el seol estaba en las «regiones inferiores», «bajo la tierra».

Gehenna, por otra parte, es un «lugar» de fuego y sufrimiento para los condenados —aquellos que han rechazado la salvación de Cristo de una manera definitiva (véase Mt 13, 40. 50; 18, 8-19)— y para el diablo y los demonios (véase Mt 25, 41). La Iglesia enseña que desde el «infierno», en este segundo sentido, no hay regreso, porque aquellos que están allí han tomado una decisión definitiva contra Dios (véase CIC 1035).

El primer significado del descenso de Cristo al infierno es que verdaderamente murió y al hacerlo venció a la muerte. Las Escrituras dicen poco sobre el descenso al infierno, pero cuando lo hacen, ser refieren al seol, el lugar de muerte: «pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra» (Mt 12, 40); Cristo «había bajado a lo profundo de la tierra» (Ef 4, 9). Hechos 2, 27 pone en labios de Cristo las palabras del salmo 16, dirigido a Dios: «Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción», implicando que estará en el seol. Por eso, el Nuevo Testamento a menudo afirma que Cristo «resucitó de entre los muertos» (Hch 4, 10; 13, 34; Rm 8, 11; 10, 7-9; 1 Co 15, 20; Hb 13, 20).

El descenso al infierno significa que Cristo murió y en verdad compartió la experiencia humana de la muerte. Así como cargando con nuestros pecado en la cruz nos libera del pecado, así también entrando en el reino de la muerte y siendo resucitado por el Padre vence a la muerte, «el último enemigo en ser destruido» (1 Co 15, 26; CIC 636). Las puertas del reino de la muerte han sido abiertas, la muerte ya no tiene la última palabra. Desde luego, sin la resurrección el descenso de Cristo al infierno no tendría sentido alguno, pero como parte del misterio pascual en su conjunto es la fuente de toda victoria sobre la muerte y sobre las pequeñas «muertes»que de otro modo nos mantiene «la vida entera como esclavos» (Hb 2, 15).

El segundo significado del descenso de Cristo al infierno es la victoria sobre el diablo. No se dice que Cristo descendió al gehenna. Se dejó abatir por el poder de la muerte, y compartió la condición de muerto, pero es inconcebible que se pusiera bajo el poder del diablo y compartiera el destino de aquellos que rechazan a Dios, bien sea los condenados o los demonios (CIC 633; 636). Sin embargo, en tanto que el diablo es el «señor de la muerte» (Hb 2, 14), vencer a la muerte significa vencerlo a él. En este sentido, el descenso al reino de la muerte es la manera definitiva para Cristo de «entrar en la casa del fuerte», la casa del mal, y «atar al fuerte» (véase Mt 12, 29; Lc 11, 21-22; véase Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, I, p. 20). Una vez más, como parte del misterio pascual en su conjunto, el descenso de Jesús es la fuente de todos los límites puestos al poder del diablo, y de todas las victorias sobres los espíritus malignos.

En estos dos primeros sentidos, la victoria de Jesús sobre la muerte y el diablo concierne a toda la raza humana de todo tiempo y lugar. Un tercer significado del descenso de Cristo al infierno, sin embargo, es que trae salvación de una manera más específica para los justos que vivieron y murieron antes que él. Desde muy pronto, los padres de la Iglesia se preguntaron cómo la salvación podía alcanzar a los que precedieron a la venida del Salvador. El descenso al infierno trajo la respuesta, porque Cristo podía así tocar a aquellos que estaban en el seol esperando su venida en fe: «Pues para esto se anunció el Evangelio también a los que ya están muertos» (1 Pe 4, 6; CIC 633-634; 637). Algunos iconos representan muy bellamente a Cristo, después de haber derribado las puertas del infierno, agarrando a Adán por la muñeca para arrancarlo del abismo de la muerte.

Se puede añadir un cuarto significado que puede contribuir a nuestra vida espiritual. Aunque la crucifixión y las apariciones del Señor resucitado son momentos visibles del misterio pascual, el descenso al infierno sucede fuera del alcance de la percepción humana. De eso se hace eco la Iglesia latina por un día de «silencio»: ninguna celebración litúrgica habla de este momento de la acción salvadora o está específicamente dedicado a él. Así se nos recuerda que gran parte de la obra de Cristo en nosotros sucede a un nivel demasiado profundo para que lo podamos percibir: en períodos en los que no sentimos nada es bueno recordar que él puede estar más activo que nunca, en los rincones más recónditos de nuestro ser, para destruir el mal de raíz y liberarnos.

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