Preguntas y respuestas 

Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services

Anno 2014

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Permítanme comenzar con una anécdota personal. Al principio, tuve un increíble encuentro con Jesús y recibí la efusión del Espíritu Santo, lo que trajo una gran bendición a mi matrimonio. Durante los dos años precedentes, mi esposa había estado profundamente triste por mi insistencia en el uso de anticonceptivos. Al llegar a su fin de forma repentina esa época de nuestra vida, mi esposa se llenó de gran alegría. Pero muchos de los nuevos cambios —mi fascinación por Dios durante todo el día, la lectura de las Escrituras hasta bien entrada la noche, la preocupación por orar hasta incluso dejar tareas incompletas y la absorción en reuniones de oración— afectaban el equilibrio de nuestro estilo de vida. En un momento dado, mi esposa me puso contra la nevera y me gritó: «¡Ni siquiera te conozco!».

Es evidente que nuestro matrimonio había perdido su lugar prioritario en mi mente y en nuestro hogar… y ninguno estaba contento con eso. En mi pesar, me quejé con Dios: «Tú empezaste esto, Señor; ahora tienes que ayudarnos». Y porque él es fiel, lo hizo.

Puesto que el bautismo en el Espíritu Santo viene a menudo abruptamente, esto puede causar una gran tensión al matrimonio. Uno se pone eufórico por comenzar a conocer «verdades espirituales» en términos espirituales (1 Cor 2,13), mientras que el otro puede sentir solo la consternación de un nuevo tipo de distanciamiento. El cónyuge carismático puede sentir que un camino totalmente nuevo se le ha abierto, pero el otro no lo puede ver o no puede participar en él.

Los votos del matrimonio son solemnes y exigen un profundo sentido de «unidad indisoluble» (CIC 1641). En lo que se refiere a los votos matrimoniales, contraídos «para bien o para mal», el bautismo en el Espíritu Santo se encuentra entre la «mejor» de todas las cosas que habrían podido suceder. Que no haya ninguna ambigüedad en cuanto a si el bautismo en el Espíritu Santo de uno de los cónyuges es intrínsecamente bueno. ¡Lo es absolutamente! Y, sin embargo, existe la posibilidad de la «división», como Jesús profetizó en Lucas 12,51, donde la reconciliación se alcanza a través de una gran gracia y docilidad.

San Francisco de Sales enseñó en su Introducción a la vida devota que el patrón propio de devoción debe siempre concordar con el propio «estado y vocación» de vida. De hecho, advierte que una forma de devoción «cuando es contraria a la vocación de alguno, es, sin la menor duda, falsa». La devoción carismática debe evitar las formas falsas que puedan dañar un matrimonio por ser imprudentes, desproporcionadas o inoportunas en relación con el progreso en la gracia del otro cónyuge. Estas son algunas consideraciones para el cónyuge carismático:

Que haya reverencia por el don maravilloso de haber sido bautizado en el Espíritu Santo. A través de uno de los cónyuges Dios ha entrado en el hogar de una manera especial. ¡La esperanza de la gloria para el matrimonio y la familia ha ganado un nuevo potencial impresionante!

Al mismo tiempo, este don requiere de una gran bondad para con el otro cónyuge, el cual puede creer sinceramente que algo ha ido mal en lugar de bien. (Hay que recordar que algunas de los presentes en Pentecostés pensaban que los apóstoles estaban borrachos). Debe haber una profunda empatía marital, ya que una nueva y poderosa dimensión misteriosa ha llegado al hogar.

Cuando el Espíritu Santo comienza a exponer las áreas de pecado marital y familiar, el cónyuge carismático debe buscar el consejo de un sabio confesor o director espiritual. San Pedro hace referencia a una de las dimensiones de este problema, enseñando que las esposas pueden convencer a sus esposos por su conducta, sin una palabra, «fijándose en su conducta intachable y respetuosa» (1 Pe 3,1). El comportamiento más convincente se presenta como el fruto natural del propio crecimiento en la santidad. Pero a veces la «conducta intachable y respetuosa» requiere de un cambio en la vida mutua de los cónyuges (la anticoncepción es un ejemplo perfecto). La resolución de tales asuntos amerita oración, amor, valentía, fe y consejo. Puede surgir un gran drama, exponiendo nuestra última dependencia en la acción del Espíritu Santo, el cual debe ser el agente de nuestra transformación. Esto exige una fe firme pues «el que los llama es fiel, y él lo realizará» (1 Tes 5,24).

No debemos actuar como si nuestra felicidad fuese rehén hasta que el otro cónyuge «entre». En cambio, ¡alegrémonos! Con inmenso amor, Jesús se deleita en estar dentro del matrimonio. Note la dulzura de la autoinvitación de Jesús: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (Lc 19,5). Jesús es el Emmanuel, maestro en estar con nosotros así como somos, partiendo siempre de este peregrinar terreno hacia un futuro glorioso.

Por último, el cónyuge carismático solitario está llamado a tener una gran confianza en el principio de san Pablo: «El amor nunca deja de ser» (1 Cor 13,8). El amor de Dios que ha sido profusamente derramado por el Espíritu en el corazón del cónyuge (cf. Rom 5,5) tiene un propósito: es una marea creciente que elevará todos los barcos en el hogar. A lo largo de esta situación, la fe, la esperanza y el amor son esenciales; pero sobre todo porque estamos hablando del matrimonio, «la más grande es el amor» (1 Cor 13,13).

Respondida por el Diác. Bob Ervin (Michigan, USA)

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