Preguntas y respuestas 

Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services

Anno 2015

 

Cuando estamos enfermos, es fácil frustrarse por nuestras limitaciones. No tenemos nuestra energía habitual, podemos estar limitados físicamente, y nuestros recursos emocionales y mentales pueden estar mermados. Sin embargo, una de las cosas que la enfermedad no puede limitar es nuestra capacidad de orar.

Santa Teresa de Lisieux describía la oración de esta manera: “Para mí, la oración es un impulso del corazón; se trata de una mirada sencilla lanzada hacia el cielo, es un grito de reconocimiento y de amor, abrazando tanto la prueba como la alegría”. San Juan Damasceno escribió: “La oración es la elevación de la mente y del corazón a Dios o la petición de cosas buenas a Dios”.

La esencia de la oración viene de lo que hay en el corazón. En los Evangelios, las personas llevaban sus peticiones a Jesús en una variedad de maneras. Nunca los detuvo diciendo que se arrodillaran primero o utilizaran las palabras “adecuadas”. En cambio, escuchaba los gritos de sus corazones y les respondía.

No existe enfermedad que nos impida elevar nuestros corazones al Señor. Él mira en las profundidades de nuestros corazones, y conoce los deseos e intenciones incluso cuando somos incapaces de comunicarlos claramente. De hecho, la enfermedad nos puede disponer a orar por la sanación incluso más eficazmente. Puede abrir nuestros ojos al dolor y a las dificultades que otros sufren. Podemos adquirir una percepción mayor de sus necesidades y podemos orar con más fervor.

 

¿Puedo orar por la sanación para mí?

Los Evangelios narran muchos ejemplos de personas enfermas, discapacitadas o afligidas que se dirigen a Jesús para pedir sanación. En cada caso, el Señor acogía sus peticiones con compasión y donándoles la sanación. Los Evangelios no contienen ni un indicio de reproche por estas peticiones. De modo que también nosotros no deberíamos dudar en pedirle al Señor la sanación. A Él le encanta responder oraciones hechas con gran fe.

Sin embargo, si no somos sanados inmediatamente, podemos abrazar amorosamente nuestro sufrimiento, confiando en que el Señor lo utilizará para su gloria y para nuestro bien. Esto parecería estar en contradicción con pedir por la sanación, pero no lo está. Es una actitud de rendición activa: llevar nuestra petición a Jesús, pero confiando que Él responderá en su tiempo perfecto y de manera perfecta.

 

¿Puedo orar por la sanación de otros?

La enfermedad puede necesitar algunas decisiones de sentido común. Si tienes gripe o cualquier otra enfermedad contagiosa, obviamente no es prudente que asistas a un encuentro de oración o impongas las manos sobre las personas. Denota más amor orar en casa y evitar el riesgo de extender la enfermedad. Incluso si no está físicamente presente con aquellos por los que ora, Jesús no ve limitado su poder de escuchar y responder.

Si tu enfermedad no es contagiosa y estás tomando las medidas médicas oportunas para sanar, no hay razón para no orar por otros. No necesitas preocuparte por trasmitir un espíritu de enfermedad. Cuando oras por la sanación, Estás pidiendo al Espíritu Santo que venga y ministre a la persona necesitada, y Él siempre responderá a tu oración. 

Sin embargo, si sientes que estás siendo molestado u oprimido por espíritus malignos, deberías recibir tu mismo una liberación antes de orar por otra persona. El Señor quiere que seas libre y seas conducido por el Espíritu sin obstáculos.

Cuando no estamos seguros de cómo orar por un enfermo, orar en lenguas es una buena manera de comenzar. A menudo mientras oramos en lenguas el Espíritu nos dará un entendimiento mayor de cómo orar. “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rom 8, 26-27).

 

Sufrimiento redentor

Hay un don especial escondido en la enfermedad: el don de unir nuestros sufrimientos a los de Cristo. Cuando estamos afligidos, compartimos Su pasión de una manera muy tangible. Nos da el privilegio de ofrecer nuestros sufrimientos en unión con los suyos, participando en su redención. San Pablo escribió: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24).

Cuando estamos sanos, no tenemos este don para ofrecer. Pero cuando estamos enfermos y escogemos ofrecer nuestros sufrimientos como hizo San Pablo, se convierten en una oración poderosa en favor de otros. ¡Participamos en el triunfo de su cruz! Qué gran honor.

“Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el Consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos” (2 Co 1, 5-6).

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