Preguntas y respuestas 

Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services

Anno 2014

 

Cuando las personas están en medio de una prueba difícil como la enfermedad, el desempleo o la pérdida de un ser querido, es común escucharles decir: “Dios me está probando”. O a veces otra persona le dirá al que sufre: “Dios te está probando.”

¿Es verdad que Dios prueba a las personas? ¿Qué nos dicen la Escritura y la Tradición sobre cómo deberíamos entender tales pruebas?

En la Escritura encontramos varios pasajes diferentes en los que se dice que Dios prueba a alguien. Por ejemplo,  Génesis 22 nos narra: “Después de estas cosas sucedió que Dios tentó a Abraham”, y entonces narra la prueba más difícil imaginable: se le pide a Abraham que sacrifique a su amado hijo único, Isaac.

El libro de Job  cómo Dios permitió a Satanás que se llevara, primero, a los hijos y las posesiones de Job, y segundo, la propia salud de Job. En su angustia, Job clama a Dios: “¿Qué es el hombre para que tanto de él te ocupes, para que pongas en él tu corazón, para que le escrutes todas las mañanas y a cada instante le escudriñes?” (Job 7, 17-19).

Dios prueba a las personas no solo por medio de dificultades sino también mediante bendiciones. Durante la marcha de Israel por el desierto, Dios le dijo a Moisés: “Mira, yo haré llover sobre vosotros pan del cielo; el pueblo saldrá a recoger cada día la porción diaria; así le pondré a prueba para ver si anda o no según mi ley” (Ex 16, 4-5). Dios probó a su pueblo no solo  si podía confiar en él y obedecer su mandato de no recoger el maná el sábado.

No solo en el Antiguo Testamento sino también para los cristianos, ser probados por dificultades es una parte normal de la vida humana. La Primera Carta de Pedro dice: “Queridos no os extrañéis del fuego que ha prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo extraño, sino alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria” (1 Pe 4, 12-13).

En todos estos ejemplos, es importante reconocer que Dios no quiere probar a los seres humanos para aumentar su propio conocimiento. Ya nos conoce perfectamente. Más bien nos prueba por nuestro bien. Sus “pruebas” no son como un profesor que nos pone un examen final, sino como un orfebre probando el oro en el fuego, para refinarlo y purificarlo. Así la Escritura nos alienta: “aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta

Es también fundamental hacer una distinción que todavía no estaba clara en el período del Antiguo Testamento: la distinción entre lo que Dios permite y lo que Dios provoca directamente. Dios nos prueba en el sentido de que permite que nos enfrentemos a la tentación o al sufrimiento, pero él directamente no provoca estas cosas. Las permite para nuestro bien, para que podamos aprender a resistir al mal y crecer en humildad, confianza y dependencia en Dios. Como Moisés les dijo a los israelitas, Dios “que te alimentó en el desierto con el maná…a fin de humillarte y ponerte a prueba para después hacerte feliz” (Dt 8, 16).

Debemos evitar un malentendido muy común con respecto a la enfermedad y otras pruebas. Muchas personas piensan que como Dios ha permitido estas adversidades en nuestra vida, por lo tanto sería una equivocación orar para ser sanado o liberado de una adversidad. Pero esto no es así para nada. De hecho, el Señor quiere que crezcamos en fe orando confiadamente a él por todas nuestras necesidades incluyendo nuestra necesidad de salud y plenitud de vida. 

Si una persona está gravemente enferma, no dudamos en aconsejarles que visiten a un médico lo antes posible. Reconocemos que buscar la sanación a través de un médico es la respuesta adecuada a la enfermedad, y para nada implica que una persona no quiera llevar su cruz. Del mismo modo, si alguien está sufriendo la pérdida de su trabajo o casa, o alguna otra prueba, no decimos: “Simplemente sonríe y aguanta”. Más bien buscamos aliviar su sufrimiento y proveer para sus necesidades. ¿Por qué entonces pensaríamos que es equivocado pedirle a Dios que cure la enfermedad o alivie de otras dificultades? El Eclesiástico expresa esta perspectiva equilibrada: “Hijo, en tu enfermedad, no seas negligente, sino ruega al Señor, que él te curará… Recurre luego al médico…que no se aparte de tu lado, pues de él has menester” (Si 38, 9; 13). Dios obra a veces a través de los  médicos y a veces milagrosamente a través de la oración.

Finalmente deberíamos distinguir entre prueba y tentación. Dios permite que seamos probados por la adversidad, pero nunca nos tentará a pecar. “Ninguno cuando sea probado, diga: ‘Es Dios quien me prueba’; porque Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie. Sino que cada uno es probado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce” (Santiago 1, 13-14). La Escritura también nos enseña a tener confianza de que Dios siempre nos proveerá de un modo para vencer las tentaciones. Las Escrituras también nos enseñan a tener confianza en que Dios siempre nos proporcionará un modo de superar las tentaciones. “No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito” (1 Co 10, 13).

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