Preguntas y respuestas 

Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services

Anno 2017

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Esta pregunta nos presenta una excelente oportunidad para pensar sobre qué nos revelan las Escrituras y la Tradición respecto de la naturaleza del ser humano.

En primer lugar, debemos entender que no existe contradicción alguna entre decir que el ser humano es «cuerpo, alma y espíritu» (véase 1 Tes 5, 23) y que el ser humano es «cuerpo y alma» (véase Mt 10, 28). Ambas son maneras bíblicas de describir al ser humano.

En segundo lugar, es importante reconocer que éstos términos no describen “partes” sino dimensiones del ser humano. Los conceptos cuerpo y alma expresan el hecho de que las personas son tanto corpóreas como espirituales. A veces, la Biblia usa solo la palabra “alma” para representar a la persona por completo, especialmente en su interioridad: « […] mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 42, 2-3). Por otro lado, a veces la Biblia utiliza la palabra “carne” para simbolizar a la persona por completo, especialmente cuando se hace énfasis en la fragilidad y en la debilidad humana. «¿Qué podrá hacerme un mortal?» (Sal 56, 5). «Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor sopla sobre ellos; sí, la hierba es el pueblo» (IS 40, 6-7). En otras ocasiones, los autores sagrados hacen énfasis en la diferencia entre “cuerpo” y “alma”.

El cuerpo es el exterior, la dimensión física de una persona, por la cual estamos presentes en el mundo y por la que somos capaces de relacionarnos a los demás. El alma es la dimensión interior de una persona, el principio vital que hace que una persona esté viva. Sin embargo, esta distinción no implica que el cuerpo y el alma sean dos partes separadas o que el alma solo viva en el cuerpo.

El Catecismo explica que:

Si bien el hombre está formado por cuerpo y alma, es una unidad. Por medio de su misma condición corporal reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día. Si bien el hombre está formado por cuerpo y alma, es una unidad… La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la «forma» del cuerpo; es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza (CIC 363. 364).

La unidad profunda del cuerpo y el alma nos ayuda a comprender la doctrina de la resurrección de los muertos. Nuestra salvación en Cristo no es solo una cuestión de que el alma llegue al Cielo. Somos salvos de manera completa, en cuerpo y alma. Por eso proclamamos lo que creemos: «Creo en la resurrección de la carne». En el último día Dios resucitará a los justos en cuerpo y alma y vivirán para siempre con Cristo resucitado (CIC 990).

¿Entonces cuál es la diferencia entre “alma” y “espíritu” en la nomenclatura triple de “espíritu, alma y cuerpo”? S. Pablo les escribe a los Tesalonicenses: «Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes 5, 23).  El espíritu humano es la capacidad que tiene el ser humano para relacionarse con Dios, para ser movido desde adentro por el Espíritu Santo. Es el punto más alto del alma.

S. Pablo nos ayuda a comprender la distinción triple en 1 Cor 2, 13-3, 3 en donde describe a tres tipos de personas: las personas espirituales (pneumatikoi), las personas naturales (psychikoi, literalmente “no espirituales”) y las personas carnales (sarkikoi). Las personas espirituales son aquellas que viven bajo la influencia del Espíritu Santo; ellos están «guiados por el Espíritu» (Rom 8, 14).

Las personas meramente naturales viven de acuerdo con su propia sabiduría, sus propios recursos y sus propios esfuerzos; no comprenden ni aprecian los caminos de Dios. Finalmente, las personas carnales están dominadas por los impulsos egoístas de la naturaleza caída, incluidos los celos, la lujuria, la ira y el orgullo. Pablo usa esta triple categorización para apelar a la madurez, llamando a todos los creyentes a volverse espirituales a rendirnos a la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas.

La Iglesia enseña que la diferencia entre alma y espíritu «no introduce una dualidad en el alma» sino que «»Espíritu» significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural y que su alma es capaz de ser elevada gratuitamente a la comunión con Dios» (CIC 367). Esta verdad nos alienta a estar continuamente abierta al Espíritu Santo cuya actividad dentro de nosotros nos lleva a la comunión con Dios y a la alegría espiritual.

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