Preguntas y respuestas 

Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services

Anno 2016

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Entre algunos cristianos se da la práctica de «proclamar» en fe bendiciones de Dios particulares: «Proclamo la sanación de tal persona» o «declaro que voy a conseguir tal cosa». ¿Cuál ha de ser la postura de un católico ante la afirmación de que «lo que sale de tu boca se cumple» en relación con las gracias de Dios?

La respuesta depende de lo que uno esté proclamando. Si estamos proclamando una bendición que proviene de nuestra identidad y herencia en Cristo ―por ejemplo, proclamar que nuestros pecados han sido perdonados (Col 1,14) o que Dios se encargará de nuestras necesidades (Mt 6,30-33), o proclamar nuestra autoridad como hijos de Dios (Lc 10,19)―, entonces es correcto proclamar estas cosas. A fin de cuentas, todo ello nos pertenece en Cristo. Pero, por otro lado, si proclamamos una bendición específica de Dios que aún no se ha dado, tal como una curación física o un favor económico, entonces podemos meternos en problemas.

Vamos a suponer que oramos por alguien para que sea sanado. Podemos esperar confiadamente en que Jesús manifestará su poder por medio de nosotros, tal como lo prometió: «A los que crean, les acompañarán estos signos… Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos» (Mc 16, 17-18). Pero cómo y cuándo puede darse dicha sanación en particular en la vida de esa persona depende de muchos factores, entre ellos: el tiempo, la fe del que ora, la fe del que recibe oración, la eliminación de obstáculos interiores y la misteriosa voluntad de Dios. Debemos orar con una confianza sin límites, pero sin pensar que de alguna manera podemos forzar la mano de Dios proclamando una respuesta específica a nuestra oración.

Existe una diferencia esencial entre confiar plenamente en que el Señor concederá una gracia particular y el peligro de presumir que el Señor concederá la gracia de manera tal que se descarte el misterio de su voluntad soberana. La presunción es peligrosa porque reemplaza una verdadera relación de confianza con Dios por una fe superficial y supersticiosa que se vale de fórmulas impersonales para conseguir lo que se quiere. En lugar de buscar el corazón del Señor pidiendo, buscando y llamando (cf. Lc 11, 9-10), estamos tratando de manipular a Dios. En vez de poner la fe en el Señor, estamos poniendo la fe en nuestra propia fe. Es evidente que una fe así de desviada se da cuando la persona pierde la fe en Dios ya que no se le concedió lo que proclamó.

 

Promesas dadas a través de una palabra profética

¿Y si es una situación en la que Dios ha prometido una bendición o curación específica a través de una palabra profética? Entonces es correcto tener una confianza expectante e incluso dar gracias a Dios de antemano por lo que ha prometido. Si la palabra profética era auténtica, se dará la bendición, casi siempre cuando precisamente la recibimos con fe. Esto es cierto sobre todo si tenemos el carisma de fe (1 Cor 12,9), el cual da una certeza sobrenatural de que Dios está a punto de actuar de una manera poderosa. Por lo general, los resultados del ejercicio de este don son milagrosos.

Sin embargo, hay que reconocer humildemente que nuestra profecía y nuestro conocimiento en este mundo son imperfectos (1 Cor 13,8-9). Algunas veces nos equivocamos con las palabras proféticas o su interpretación. Si de verdad nuestra fe está puesta en Dios y no en nosotros mismos, él la recompensa con abundancia, incluso cuando lo que recibimos no es exactamente lo que esperábamos.

 

Sanaciones que ya se han dado

¿Y si la sanación ya se ha dado? ¿Proclamamos la sanación incluso si sentimos que los síntomas empiezan a aparecer de nuevo? Muchas veces el maligno trata de robarnos la bendición que el Señor nos ha regalado, o hacer que dudemos de una sanación o un milagro que el Señor ha obrado. En este caso, es justo proclamar la sanación en fe, puesto que no estamos manipulando a Dios, sino reconociendo en fe lo que Dios ya ha hecho.

En resumen, podemos orar con expectación por bendiciones específicas de Dios, manteniendo una postura de receptividad agradecida por las gracias divinas. Pero debemos tener cuidado con proclamar algo que no sea lo que Dios ya ha hecho por nosotros en Cristo. Nuestra fe siempre debe dejar espacio a la misteriosa acción del amor de Dios que es mayor de lo que podemos imaginar y a la soberana actividad del Espíritu Santo, que sopla donde quiere (Jn 3,8).

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