Preguntas y respuestas 

Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services

Anno 2018

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Hoy en día, a menudo las personas hablan de una “impartición” del Espíritu Santo de una persona a otra. ¿Es esto válido y legítimo para los católicos?

El término “impartición” como se utiliza a menudo hoy en día es una manera de hablar sobre cómo una gracia del Espíritu Santo puede pasar de una persona a otra. La gracia puede ser un carisma específico o manifestación del Espíritu, o una nueva efusión del Espíritu Santo, o el bautismo en el Espíritu. Aquellos que tienen una unción especial son a menudo las personas que el Señor utiliza como instrumentos para impartir esa misma unción a otros en el Cuerpo de Cristo. La impartición en este sentido no se debe confundir con el don pleno del Espíritu Santo que se da a través de los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, ni con el don de la Ordenación al Ministerio que es otorgado a través del sacramento del Orden. El hecho de que el Espíritu Santo pueda derramarse de un creyente común y corriente a otro es un signo de la interconexión que existe en el cuerpo de Cristo, en la cual todos los miembros están bien ajustados e unidos en el amor (Ef 4, 16).

Existen muchos ejemplos de impartición del Espíritu Santo en las Escrituras. A veces, sucede por la imposición de manos; en otras ocasiones, simplemente por medio de la oración o incluso solo por estar en presencia de otra persona ungida por el Espíritu. En el Antiguo Testamento, por ejemplo, Dios tomó parte del espíritu que estaba en Moisés y lo impartió a setenta ancianos para que pudieran compartir la carga del liderazgo con él (Núm 11, 16-25). Más tarde Josué se llenó del Espíritu Santo para poder ser el sucesor de Moisés como líder de Israel; en este caso sucedió por la imposición de manos de Moisés (Deut 34, 9). De una manera más espontánea, se le impartió un espíritu profético al Rey Saúl simplemente por estar en presencia de algunos profetas (1 Sam 10, 10-11). La unción profética del profeta Elías se transfirió a su hijo espiritual Eliseo antes de que Elías fuera llevado al cielo (2 Reyes 2, 9-15). Eliseo rogó para recibir una “doble porción” del espíritu de su maestro (es decir, su unción para las sanaciones, los milagros, la profecía y para traer al pueblo de Dios a la conversión) y recibió lo que pidió.

En el Nuevo Testamento, después de que María fuera llena del Espíritu Santo en la Anunciación, visitó a su prima Isabel, y con su sola presencia y su saludo, el Espíritu Santo fue impartido de María a Isabel y a su niño no nacido (Lc 1, 41-44), lo que resultó en que Isabel comenzara a desbordar de alegría y alabanza a Dios. En Hechos, un creyente común y corriente llamado Ananías fue enviado por Jesús para impartir el Espíritu Santo a Pablo por la imposición de manos (Hechos 9, 17). Más tarde, Cornelio sus amigos se llenaron del Espíritu Santo simplemente al oír la predicación ungida del Evangelio hecha por Pedro (Hechos 10, 34-44).

En su carta a los Romanos, Pablo escribió que ansiaba visitar a los creyentes de Roma para poder impartirles un don spiritual para fortalecerles (Rom 1, 11). No es una sorpresa que Pablo deseara hacer eso, ya que él sabía bien que la fuente de toda su propia fecundidad en su ministerio era la unción del Espíritu Santo (ver Rom 15, 17-19). Todos estos ejemplos difieren del don sacramental del Espíritu Santo que se da en el Bautismo (ver Hechos 2, 38), en la Confirmación (ver Hechos 8, 14-17), y en el Orden Sacerdotal (1 Tim 4, 14).

A lo largo de la historia de la Iglesia vemos también ejemplos de impartición del Espíritu, donde los bienes espirituales se comparten continuamente entre los fieles en el cielo y en la tierra. San Francisco Javier les enseñaba a los niños pequeños a sanar a los enfermos, transmitiéndoles de alguna manera su don de sanación y evangelización. Santa Teresa de Lisieux, después de reflexionar sobre la petición de Eliseo a Elías, pidió a “todos los santos del cielo que le alcanzaran su doble amor”; luego ese amor dio muchos frutos en su propia vida.

Es evidente en todos estos ejemplos que la impartición del Espíritu Santo puede suceder de muy diversas maneras, pero siempre con el propósito de que la gracia y el poder de Dios estén más operativos en la vida de una persona. La impartición no es algo que los seres humanos puedan hacer por su propio poder. Es un acto de Dios, dependiente de Su voluntad y Su gracia. Sin embargo, es algo que podemos pedir y buscar en oración. En efecto, Jesús enseñó: «Pedid y se os dará… Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?» (Lc 11, 9-13). Y Pablo exhorta continuamente a los creyentes: «dejaos llenar del Espíritu» (Ef 5, 18) y «anhelad también los dones espirituales» (1 Co 14, 1). A Dios le encanta derramar los dones que estamos buscando a través de los otros en el cuerpo de Cristo. Esto nos mantiene humildes y dependientes unos de otros.

Es importante evitar afirmar que hemos recibido una impartición del Espíritu Santo solo porque una persona particular ha rezado por nosotros. Las gracias del Espíritu Santo son conocidas por sus frutos. La única manera de saber si verdaderamente has recibido una impartición es si el Espíritu Santo comienza a manifestarse en tu vida de una manera nueva según el don buscado.

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