Preguntas y respuestas 

Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services

Anno 2017

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Es habitual escuchar a personas decir que les es difícil perdonar a Dios por alguna prueba en sus vidas, como una enfermedad o la muerte de un ser querido; o también que se sienten mucho mejor ahora que han perdonado a Dios. ¿Es legítima esta manera de expresarse?

El problema es que perdonar implica que hubo una ofensa. Dios, quien es puro amor y bondad, no ofende a nadie. No nos lastima ni nos hace sufrir. Por supuesto, en muchas ocasiones parece que no nos hubiera protegido del sufrimiento. Sin embargo, el Señor dice, «Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos […] Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes» (Is 55, 8-9). No comprendemos todo lo que Dios hace, todas las circunstancias que toma en cuenta y cómo respeta la libertad de todos los que nos rodean; cómo nos guía, nos acompaña y nos protege. De lo único que podemos estar seguros es que él hace lo mejor y lo hace con amor y ternura incondicional. Por lo tanto, ¿es correcto hablar sobre «perdonar a Dios»?

La Biblia no muestra a nadie que tenga que perdonar a Dios. Sí muestra a muchas personas, inclusive a verdaderos creyentes, aun hasta Jesús mismo y a David, clamar a Dios, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 22, 1; Mc 15, 34; Mt 27, 46). Sin embargo, el mismo Job luego de perder su riqueza, su salud y sus hijos, y después de largas quejas y acusaciones sobre Dios y a Dios, no lo perdona. Cuando Dios se le revela a Job y le muestra cuán misteriosas son sus formas, Job se inclina ante la inmensidad y la sabiduría de Dios y reconoce, «hablé de cosas que ignoraba». Job pide el perdón por haber acusado a Dios, «Ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echado en el polvo y la ceniza» (Job 42, 3. 5b-6).

Sin embargo, debemos considerar la psicología del perdón. Cuando perdonamos, no solo perdonamos la ofensa que se hizo objetivamente, sino que también perdonamos el sufrimiento que nos causó nuestra percepción de la ofensa. A veces una palabra que no comprendimos o una mirada que malinterpretamos, nos puede causar tanto sufrimiento como que cuando nos hacen un verdadero mal. En estos casos, necesitamos restablecer nuestra confianza en la persona y nuestra relación con ella o con él. Es posible que no se trate de perdón en el sentido completo de la palabra, pero un teólogo diría que se trata de perdón en un sentido «analógico»: no es exactamente lo mismo, pero se parece. Aún más, tiene el mismo proceso y los mismos efectos. Cuando deseamos «perdonar» en este sentido más amplio de la palabra, necesitamos hacer las mismas cosas que cuando perdonamos estrictamente hablando: reconocemos que nos han herido, nos acercamos a la persona, elegimos amar y confiar en la persona gratuitamente como ella o él es, y aceptamos que el proceso llevará tiempo; y en todo eso pedimos la ayuda de Dios porque solo Él puede hacer posible que perdonemos. Ambos tipos de «perdón» son parte de una reconciliación plena.

Si esto es cierto, entonces se puede decir lo mismo sobre nuestra relación con Dios. A pesar de que Él no nos lastima, podríamos sentir como si nos hubiera fallado. Es probable que pensemos que nuestro sufrimiento viene de Él o, por lo menos, que debería habernos protegido más. En este caso, el proceso para reconciliarnos con Dios y para restaurar una relación profunda y completa incluye el proceso de perdonar en el sentido análogo. Dios mismo lo desea, incluso si no es completamente justo para Él, de la misma manera en la que alguien que nos ama profundamente espera que lo perdonemos incluso de cosas que no hizo, porque él desea que estemos en una relación con Dios lo más profunda e íntima posible. Por este motivo, precisamente, las Escrituras relatan tantos ejemplos de personas que claman a Dios para reclamar e incluso para culparlo. Dios alienta este paso, ya que es el primero que debemos dar para reconciliarnos con Él: reconocer que estamos heridos y dirigirnos a él

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