Preguntas y respuestas 

Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services

Anno 2014

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A menudo ha existido confusión entre las experiencias místicas y las manifestaciones carismáticas. Parte del motivo es que durante un período largo de tiempo en la historia de la Iglesia, se descuidaron los carismas. Aunque nunca desaparecieron de la teología católica, ya no formaban parte de la vida de los católicos más corrientes. El Concilio Vaticano II corrigió este descuido, especialmente con la fuerte afirmación sobre los carismas en Lumen Gentium 12. Desde entonces los carismas se han manifestado entre los fieles en tal abundancia como no se había visto desde la Iglesia primitiva. Estos dones son parte del equipamiento que Dios nos da para llevar a cabo la misión de la Iglesia, de modo que es importante comprender los carismas y en qué se diferencian de las gracias místicas.

El Catecismo proporciona una buena definición: “Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo.” (799).

Es importante advertir en esta definición que el propósito de los carismas es servir a otros y edificar la Iglesia. Los carismas no son para el beneficio personal del receptor, sino para servir en ministerio a otros. Son, por definición, dones para ser regalados. Esto concuerda con la enseñanza de San Pablo cuando escribió: “A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.” (1 Co 12, 7). Luego Pablo enumera una amplia diversidad de carismas, y explica que es a través de su interacción armoniosa, cuando cada miembro de la Iglesia está utilizando sus carismas para servir a otros, que el cuerpo se edifica en amor.

Incluso los carismas extraordinarios como las sanaciones, milagros, o la lectura de corazones, son dones para beneficio de otros. Cuando las personas se sanan por un carisma de sanación, por ejemplo, experimentan el poder, el amor y la compasión del Señor. Se enfrentan al hecho de que Dios es real y que la buena noticia del reino no es sólo una idea consoladora, ¡sino que es verdad! Por eso los carismas sobrenaturales son tan fuertemente eficaces para la evangelización.

Por el otro lado, las experiencias místicas son dones privados dados por Dios para beneficio del individuo. Estas experiencias pueden incluir, por ejemplo, éxtasis, visiones, locuciones, llagas de amor y consuelos internos. 

Se deriva un principio muy importante de la distinción entre las dos cosas. Mientras que las experiencias místicas no deberían buscarse o pedirse, los carismas deberían buscarse y pedirse. Autores espirituales como Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, advirtieron de los peligros de buscar las experiencias místicas. Esto puede conducirnos a centrarnos en las experiencias de Dios en vez de en Dios mismo, y nos puede exponer al peligro del orgullo, del egocentrismo, o incluso del engaño por parte del diablo. Cuando las experiencias místicas suceden, deberían discernirse con un director espiritual y, si son auténticas, deben aceptarse con gratitud, pero no se les debe dar una atención excesiva.

Por el otro lado, la Escritura nos exhorta a desear y buscar los carismas por su potencial para edificar a la Iglesia. Después de enumerar los dones espirituales en 1 Corintios 12, Pablo dice: “¡Aspirad a los carismas superiores!” (1 Co 12, 31). “Aspirad también a los dones espirituales, especialmente a la profecía” (1 Co 14, 1).

Aunque Pablo no hace una distinción formal entre carismas y experiencias místicas, podemos vislumbrar esta distinción en sus escritos. En 2 Corintios, indirectamente describe una experiencia mística que tuvo, pero se abstiene de compartir el contenido de esta experiencia: “Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años –si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo… y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar” (2 Co 12, 2-4). Esta experiencia fue una gracia especial para su propio fortalecimiento. De manera parecida, su visión de Jesús una noche en Corinto (Hechos 18, 9) fue una gracia especial para ayudarle a perseverar en su misión. Por otro lado, exhorta a los creyentes a compartir carismas como las profecías para la edificación de otros, el consuelo o la convicción del pecado (1 Co 14, 3; 24-25).

De las descripciones dichas es evidente que puede haber alguna superposición entre carismas y experiencias místicas; no existe siempre una clara distinción entre ellos. Una visión, por ejemplo, puede ser un carisma (una forma de profecía) para compartirse con otros en un encuentro de oración, o puede ser una experiencia mística privada. Para discernir la diferencia, la persona que ha tenido la visión en un marco carismático debería considerar en oración si es para ella misma o para la edificación de otros; si es para otros, entonces debería someterla al discernimiento de los servidores.

Ya que los carismas son esenciales a la vida de la Iglesia, los servidores no deberían simplemente esperar pasivamente a que los carismas aparecieran y luego decidir cómo actuar adecuadamente. Más bien, deberían cultivar los carismas activamente, orientar y alentar a los que los intentan practicar, y ayudar a las personas a crecer en su uso.

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