Preguntas y respuestas 

Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services

Anno 2014

 

Se han extendido ampliamente en los círculos carismáticos y pentecostales diversas formas de enseñanza sobre la prosperidad. El elemento común en toda la enseñanza sobre la prosperidad es que Dios es un Dios de bendición, y que la fe obediente conducirá a una creciente vida de bendición en todos los ámbitos, incluyendo las finanzas y los bienes. Como católicos, a menudo nos sentimos incómodos con esta enseñanza, y somos conscientes de que parece muy alejada del mensaje del papa Francisco que desea una Iglesia «pobre y para los pobres». Algunos pueden quedar confundidos con el hecho de que el papa Francisco envió un videomensaje a una conferencia organizada por Kenneth Copeland, un profesor del tema de la prosperidad. El ejemplo del papa es instructivo. Se regocijó porque estos cristianos aman al Señor Jesús y desean alabarlo. Su mensaje no transmitía una enseñanza particular. Fue un ejemplo de apertura y amor por todos los que confiesan el nombre de Jesús.

Los pasajes bíblicos utilizados por los que predican sobre la prosperidad son en su mayoría del Antiguo Testamento. A través de la ley mosaica Dios quiso hacer de Israel un pueblo santo (Lev 19,2). Parte de esta instrucción era aprender que la obediencia lleva a la bendición, y la desobediencia conduce a todo tipo de desastres (véase, por ejemplo, Deuteronomio 28). Así que esta enseñanza no carece de fundamento bíblico.

No obstante, los israelitas experimentaron que los malos pueden florecer y que los justos pueden sufrir, a menudo a manos de los malvados. Esta experiencia lleva a la oración ferviente y a la búsqueda de corazón del Señor, como lo vemos en el salmo 73 y en el libro de Job. Poco a poco surge la idea de que el sufrimiento de los justos es importante para la liberación del pueblo. Esto encuentra su expresión más profunda en el cuarto canto del siervo que escuchamos en la liturgia del Viernes Santo (Is 52,12—53,12).

Pero la revelación completa sobre el sufrimiento de los justos aguarda la venida de Jesús el Mesías, y, en particular, su muerte y resurrección. Los Evangelios traen un mensaje nuevo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará» (Mt 16,24-25). Aquí se invita al cristiano a seguir la vida de autosacrificio de nuestro Señor y Salvador.

Cuando los mensajes sobre el deseo de Dios de bendecir a todos no hacen ninguna referencia a la cruz y a las palabras de Jesús sobre la abnegación, entonces algo esencial está faltando y el contenido se desvirtúa. Esto sigue siendo cierto, incluso cuando los predicadores dicen que Jesús tomó todos sus sufrimientos sobre sí mismo de manera que podemos simplemente disfrutar de la bendición, es decir, sin sufrimiento. Somos salvos por la pasión de Jesús, y no por nuestros propios sufrimientos. Pero como nosotros sufrimos porque seguimos a Jesús, nuestros sufrimientos son profundamente purificadores y contribuyen a completar «lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24).

En cierto modo, la enseñanza sobre la prosperidad es una reacción contra una presentación distorsionada de la fe cristiana en la que el sufrimiento parece ser exaltado por su propio bien, y los oprimidos y afligidos nunca escuchan la buena nueva de la liberación y la libertad. Nuestro deber para con los que sufren es mostrarles el amor de Jesús y presentarles su vida y enseñanza. No llevamos esperanza al decir que su sufrimiento está dando grandes frutos, sobre todo cuando no tienen un conocimiento vivo de Cristo.

La enseñanza sobre la prosperidad hace énfasis en cómo la dadivosidad desembocará en la bendición. Textos como 2 Corintios 9,6 son citados a menudo. Hay una enseñanza sobre la «siembra en fe» que dice que si se siembra con donaciones de dinero, se recibirá a cambio cien o mil veces en bendiciones materiales. Es cierto que existe una obligación moral de los cristianos a apoyar la misión y el ministerio de la Iglesia. En el Antiguo Testamento los israelitas estaban obligados a reservar el diez por ciento de su producción para el sacerdocio levítico (Lev 27,30-33). Pablo dice a los corintios que cada uno «aparte el primer día de la semana lo que haya podido ahorrar» (1 Cor 16,2). La Iglesia de hoy no enseña la obligación de dar el diez por ciento; el Catecismo dice que el mandamiento de «ayudar a la Iglesia en sus necesidades» significa que «los fieles están obligados de ayudar, cada uno según su posibilidad, a las necesidades materiales de la Iglesia» (párr. 2043). La Iglesia nos da la libertad de decidir la forma de apoyar la obra de Dios, cuánto dar a nuestra parroquia, qué cantidad a un grupo de la comunidad o de la iglesia, cuánto a obras de caridad.

¿Qué podemos aprender los católicos de la enseñanza sobre la prosperidad? Como cristianos tenemos que aprender a someter el campo del dinero, las finanzas, las propiedades y las posesiones al señorío de Jesús. Los sacerdotes deben enseñar sobre esto como parte de vivir bajo la autoridad de Jesús, en lugar de simplemente hacer peticiones para los fondos. Si sometemos todas las áreas de nuestras vidas al Señor, los fondos estarán allí.

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